La noche de la Usina (Premio Alfaguara de novela 2016) (Spanish Edition)

La piensa y no puede evitar volver a mirarla, y volver a decidir que es la mujer más linda que vio en la vida. Y si alguna vez vio alguna más linda, se la ha olvidado. De modo que no cuenta.

Manzi se odia por estar en esta situación. La de haber quedado en manos de un boludo pretencioso. Nunca. Nunca, jamás, hay que caer en manos de un boludo. Porque si uno termina en manos de un boludo significa que uno también es un boludo. Un boludo más boludo aún que el boludo en cuyas manos cayó.

En los libros de historia dirá que el 19 de diciembre de 2001 una masa rugiente de pobres lanzó una ola de saqueos a supermercados, almacenes y negocios diversos, en las inmediaciones de la Capital Federal. Que hubo represión, muertos, heridos, detenidos, negocios arruinados. Que al día siguiente, el 20 de diciembre, el presidente De la Rúa renunci

Hay tipos que parecen tocados por una varita mágica. Siempre caen parados. Siempre se salvan. Cuando todos andan bien, ellos andan mejor. Y cuando todos se hunden, ellos flotan.

—La pregunta es esta, mi amigo: ¿hay tantos hijos de puta como uno cree, o la influencia de los hijos de puta sobre sus semejantes es mayor que la de la gente buena, y es por eso que uno cree que son más que los que en realidad son?

Uno tiene su vida. Buena, mala, la que tiene. La viene usando desde que nació. La cuida. Se preocupa por conservarla, por ir poniéndole cosas. Todo lo que a uno le pasa, todo lo que aprende lo introduce en esa vidita que tiene. Uno no piensa en lo frágil que es. O sí, pero a veces. Tampoco uno se puede pasar la vida pensando en lo frágil que es esa

—¿De qué están hablando? —se interesa Silvia. —Nada, gorda. Eso de que las computadoras se pueden enloquecer con el cambio de milenio. —¿Enloquecerse por qué? —Por el cambio de año. Pero en O’Connor da lo mismo, Silvia —interviene Fontana—. No hay laburo. No hay computadoras. No hay un carajo. Estamos vacunados contra el progreso y todas sus consec

Los hijos de puta no saben que son hijos de puta. Mejor dicho: se creen que no. Que son buena gente. O gente común, por lo menos. El hijo de puta tiene siempre cincuenta razones que lo justifican. Cincuenta motivos que lo cubren, que lo escudan, que lo limpian.

Sí, sí. Pero un vivero con laboratorio —responde Rodrigo pensando si completa los requisitos para declararse la persona más pelotuda del planeta o le falta algún ítem—.